Ella venía del norte,
de ese norte cuyo verde
nos duele en los ojos a los que somos de secano
y su corazón bombeaba
a ritmo de txalaparta,
donde hacen falta dos
para que sus latidos porraceen a la vida.
Los de él eran cañonazos
en mitad de una desértica
naturaleza humana
arrasada por los cascos
del caballo de algún Atila suburbial.
Sin saber cómo
aquello fue el comienzo
de una hermosa amistad
en la que durante el tiempo
que alquilaron a la Muerte
para que los dejase ir hacia ella a su aire,
nunca se conocieron
y del que solo quedarán
los sitios donde quisieron y no estuvieron
y las cosas que planearon y no hicieron.
Hoy de aquella melodía
que ningún Sam volvió a tocar
solo queda un sol sostenido
en tenguerengue
sobre un pentagrama con las líneas
preparadas para ser esnifadas.
El tiempo pasó
sin que quedase París
porque tampoco les llamó la atención
y CASABLANCA
sigue sonando
a puticlub
de carretera secundaria.
FRANCISCO TOMÁS BARRIENTO EUSEBIO -Campofrío-
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