Aquí no hay ecos. La zanja,
los pozos con sus fierros trenzados se tragan como oxígeno los gritos.
Nadie verá el orín de esos metales mezclados
con tres de arena una de piedra y una de cemento.
El pasto no habrá de tiritar con la melodía del llanto
ni los acordes de la queja. Los animales
pastan lejanos y apenas si una vaca mueve su cabeza
hacia la fuente del lamento. Más tarde
irán trepando las paredes y entre sus huecos
se volarán ayes y puteadas. Y cuando la construcción
sea casi una casa,
todas las voces del novelista se colarán
entre la cal del revoque fino.
Allí estarán, a la espera.
Jorge Goyeneche -Argentina-
Compartido por Rolando Revagliatti
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