sábado, 18 de junio de 2016

UN AÑO DESPUÉS


Ya ha transcurrido un año. Es sorprendente cómo pasa el tiempo, cómo huye, burlón, ante nuestras atónitas miradas, sin que podamos hacer nada por evitar su veloz fuga, sordo a nuestros ruegos y nuestros deseos. Como amantes despechados lo vemos correr, impotentes ante su soberbia, incapaces de tomar esa decisión funesta, la única para controlar el devenir de nuestras vidas, siquiera para ponerles fin por iniciativa propia, y con tal supremos acto de libertad acabar con la hegemonía de Cronos sobre nuestra existencia.

Cuando hace un año se dio aquel fatídico suceso, entendí que ya todo había terminado; que no valía la pena seguir viviendo. Desde aquel cruel instante, mi segunda muerte en vida, ya nada ha vuelto a ser lo mismo. Soy consciente de que mi ánimo se ha visto fuertemente mermado, pues en mi vida diaria percibo mi cuerpo mutilado, falto de la vitalidad de antaño, sin alegría. Cuando comprendí que aquello no tenía remedio, que debía someterme a una nueva intervención; que, como resultado de la misma, perdería otro de los pilares de la felicidad, uno de los pocos que me quedaba, invoqué con renovadas fuerzas la llegada de Hades. El temido dios no hizo acto de presencia, ni durante todo este tiempo yo me atreví a ir en su búsqueda, por más que me dije en su momento que no quería seguir respirando; que prefería que mi alma regresara a aquel mundo del que había sido expulsada, encarcelada en esta prisión que lentamente se resquebraja, sin haberme permitido gozar siquiera un poquito.

Recuerdo cuando, resignado, yacía en la camilla. Se aproximaba la consumación del terrible acto. Miraba con cierto espanto la aguja inyectada en la vena de mi brazo izquierdo; la anestesia haría su efecto en cuestión de minutos, para mí apenas unos breves segundos; pues entonces caí presa de ese sueño implacable, que en la vida real me ha abandonado. No recuerdo si se cruzaron imágenes por mi mente durante aquel corto viaje al inframundo; ni tan sólo recuerdo las tinieblas, esa noche cerrada que se cierne sobre nosotros cuando estamos en el lecho con la acogedora compañía de Morfeo. El resto, obviamente, no lo vi; sólo puedo imaginarlo: el cirujano dando el corte certero; la sangre que brota del cuerpo herido y salpica las enguantadas manos; el bisturí que siega el órgano infectado. Luego todo termina y se hace de nuevo la luz. Aparentemente nada ha cambiado, pero, en realidad, ya no queda nada de lo que hubo; todo en adelante será distinto.

Despierto con un gotero y con ligeras molestias. Consigo cenar sin problemas, pero esa noche no puedo apenas dormir, incomodado por el tubo. Paso la noche en vela y repaso todos los años de mi accidentada existencia. En el sofá de la habitación mi padre duerme, y lo prefiero; si estuviera despierto, no querría hablar. Ya todo ha terminado, aunque en la práctica sé que continuaré esperando la llegada de las Parcas.

Ha pasado un año desde aquella mi segunda, funesta, muerte. Ya nada tiene sentido. Sólo quiero que llegue la definitiva, ese anhelado sueño del que ya no despierte.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario