Necesito acortar los días, permanecer sedado para no sentir este insufrible dolor que durante las horas de vigilia me quebranta las entrañas. Es duro huir al sueño, buscar en el gélido lecho la morfina necesaria para aguantar esta vida tan despreciable, tan absurda, tan insípida; esta vida tan vacía, tan pobre, condenado a un naufragio cotidiano, ahogado por las lágrimas que inundan mi corazón y me devoran el alma, privado de esos placeres que le dan sentido a la existencia.
Es por ello que necesito prolongar la noche, evitar una luz que me daña la vista y el espíritu: huir de un calor que hace mucho tiempo que abandonó mi cuerpo. Cuando me levanto de la cama sé que debo afrontar otro día que en realidad no es más que una triste repetición del anterior, un calco casi milimétrico, sin posibilidad de progresión, sin posibilidad de escapar de esta prisión que me oprime, donde a diario me consumo lentamente. Ya me he despojado de todo, e incluso las letras empiezan a negarme sus favores, ahora que ya he adquirido plena conciencia de lo inútil que es tratar de evitar mi fatídico destino; tratar de gozar siquiera un poquito, de llegar a probar tan sólo una vez esas sabrosas mieles de la vida; disfrutar de esos momentos mágicos, sentir ese agitado palpitar en el pecho, ese cosquilleo interno al pensar en la persona amada, teniendo la plena certeza de que ella estará haciendo lo mismo; ansiar el instante de verla, abrazarla, besarla y sentir cómo la sangre se desboca, cómo nos abrasa el fuego de la pasión y por unos momentos siquiera nos sentimos inmortales, dioses de nuestro cielo, sin importarnos para nada el mundo, entregados el uno al otro sin pensar en el mañana.
Pero sé que ese placer supremo me ha sido completamente prohibido; que jamás podrán mis labios degustar esas dulces mieles, ni podré compartir este hermoso sentimiento con nadie. Es por ello que sólo puedo encontrarte, mujer extraordinaria, en esos pensamientos que a diario me acompañan, más nítidos cuando me acogen las tinieblas de mi lecho, más reales cuando me sumerjo en las profundidades de mis sueños. Es ahí donde te busco y te encuentro, maravillosa sirena de larga y azabache melena, diosa adorable de preciosos ojos pardos y suave piel canela, romántica musa que guías mis letras. Es ahí donde te digo cuantas cosas quisiera, donde te abro mi alma, donde te rebelo todo cuanto siento, aún sabiendo que nunca, por más que te sueñe, serás mía.
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
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