Si por algo odio venir al número 25 de la calle Renacer es por ser el hogar de mi tía abuela Florencia. Una vieja pesada que aún hoy, a mis diecisiete años de edad, tortura mis mejillas con sus dedos huesudos y prensiles, única señal de cariño visible y palpable que mantengo con ella. Yo no soy muy de besos.
Pero los motivos que me han acercado hoy hasta aquí, es porque en todo el pueblo es la única casa con más de diez pisos y, lo que es más importante, con ascensor.
He tocado el timbre de mi tía y, por suerte, no me ha abierto, pero en ese momento el vecino de enfrente de ella que marchaba entonces, al reconocerme, me ha dejado entrar. Mi objetivo hacer el mayor viaje posible. Me he armado de tecnología: tengo el móvil preparado, el twitter abierto, la cámara en la otra mano y la chuleta de las instrucciones en el bolsillo del pantalón. Pero los datos
están en mi cabeza.
—4, 2, 6, 10, 5, 0 y 10 –repito la secuencia mentalmente y sin cesar.
¡Un viaje a otra dimensión! Un mundo paralelo al nuestro, salvo por sutiles diferencias, que hay que tener muy en cuenta y no le pase como a mi amigo Pedro que siguió todas las instrucciones y armó tremendo jaleo en el edificio… ¡Porque se fue la luz!
Empezaba a aburrirme por tanta monotonía… hasta que en el 5º piso ¡Entró la mujer! No muy alta, con gafas, vestido de lunares y una abundante cabellera rubia.
Eso, si, no dejo de hablar ni un minuto: que si ¡Black is Black! ¡Alfredo Di Stefano es tan guapo…! Pero que ella no será una chica yé-yé… jamás. Que si se casará con un chico de buena familia (aquí me lanzó una mirada directa)…
No por gusto había estudiado en un colegio de monjas y se sabía de memoria el Manual de la Señorita modelo. Que si había conducido un 600. Y de lo tonta que era, porque no nos habíamos
presentado.
—¡Piso 10º! –Exclamé inconscientemente y allí mismo dejé a la chica con la boca abierta, bajé
caminando hasta el piso de mi Florencia y allí estaba ella sonriéndome. Con sus gafas y vestido de lunares: ¡Te esperaba mi amor!
Carmen Rosa Signes Urrea (España) y
Ricardo Acevedo Esplugas (Cuba)
Publicado en la revista digital Minatura 148
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