lunes, 13 de junio de 2016

AL ABRIR LA VENTANA...


Al abrir la ventana de mi balcón mundo
un fuerte olor a miseria inundaba las calles.
Y los hombres con sus estomago encogidos
Andaban vomitando sus propios corazones
por los rincones.
Y una piara de cerdos bañados en oro,
lamían los restos que quedaban en el suelo
para poder saciar así su hambre de decadencia
antes de dormir su sueño de muerte,
entre duras agonías, y húmedos cartones.
Ante mis ojos se extendía
como un lienzo de pintura muerta
la imagen de un páramo yermo y podrido
donde habían niño arrastrando sus pies descalzos
por un caminos de lágrimas secas y cristales.
Y en medio de ese páramo hay un árbol cuyas ramas
dan fruto con forma de labios agrietados
y dentaduras podridas.
Mil millones de vacas sobre alimentadas
se consumen con sus estómagos abiertos,
sirviendo como abono en el campo donde crecen
ramos de secos pulmones.
Pulmones cuyos pechos abiertos
por las antenas de las cucarachas
sirven como nido para las bandadas de los pájaros
de negra muerte
y de las polillas caníbales del duro aire.
Un río de aguas turbias bañan los cauces
donde flotan bancos de peces de ceniza.
Peces con las escamas calcinadas
por el calor del último sol.
Ese sol que murió explosionando, en un millón de soles.
Soles que quemaron los campos de la felicidad
como salvajes dragones.
Campos donde agonizan las palomas
con sus alas extendidas
y con su pico entreabiertos, lleno
en el templo de la opulencia
donde se reza a San dinero, Mártir de la clase obrera.
Un sacerdote alza al cáliz de la amargura,
cáliz de hueso y carne.
Cáliz cuyos rubíes son gotas de sangre seca
engarzadas por las diminutas falanges,
de un millón de niños pobres,
y las de un millón de gatos callejeros.

Al abrir la ventana...

Un fuerte olor a miseria inundaba las calles.
Un fuerte olor a miseria inundaba las calles.
Y los hombres con sus estómagos pegados a la boca
caminaban sonámbulos por los rincones,
donde la muerte fue dejando su rastro de saliva seca
por los adoquines del llanto.

Debora Pol.

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