I
No traía paraguas y un diluvio caía sobre el mundo.
Me recordaba aquellos días en Francia, donde empecé a comunicarme con mi cuerpo.
Tampoco me había llamado ni me había mandado mensajes en todo el día, mi cerebro no paraba de divagar pensando mientras bebía un tinto.
¿Qué estaría haciendo en un día tan lluvioso?
Solamente le había visto 2 veces, quizá un poco más que a los demás, me sentí ridícula y de mal humor mientras sonaba un Tango en el Café.
Al poco rato la sombra inesperada en el pasillo me miró de un modo extraño que no conseguí entender. Se aproximó, la gabardina y el cabello goteando agua sin vergüenza, hubo un silencio corto, después me besó sin pausa en la oscuridad.
Su pantalón abultado y su mano intrusa hacían firmes mis pezones dentro de mi camiseta ajustada, me sentí viva de nuevo.
Me hizo pensar que por primera vez de repente todo iría bien, pero su juego duró toda la tarde sin dar en el blanco, y concluyó dándole una calada a un cigarrillo detrás de su mirada canalla, marchándose elegante.
Después de tomar un baño tibio con sales en la noche para aliviar los dolores en todo el cuerpo por el resfrío de la lluvia y la " fricción " el teléfono me despertaba a la mañana siguiente, supuse que era él, de todos ellos era quien más me atraía pero también con el que menos ganaba, y terminaba siempre a solas con mis ganas.
II
Hoy llueve otra vez.
Había quedado con Henry para beber algo, no le veía desde que dejé la universidad hace dos o tres años, él sí se instaló en Francia, ahora había venido de vacaciones con su mujer.
Tenía la misma sonrisa pícara de siempre con dos hoyos graciosos que le nacían a cada lado, no dejaba de ser aquel niño juguetón dentro de un caballero.
Después de tomar un par de copas me confesaba que las cosas no iban bien en su relación de pareja, me seguía hablando pero al rato ya no le escuchaba, mi cabeza estaba sumergida en lo que había sucedido el día anterior. Después de unas copas más, quiso que nos fuéramos a un lugar más íntimo...
- Esta vez no ( le dije )
- ¿Me dejas así?
Nos despedimos y salí andando con tacones altos que dolían por la calle adoquinada. Era noche, las luces de los coches me cegaban, debí haberme tropezado con algún que otro fantasma que deambulaba por la ciudad como yo. Pero él no estaba, y creo que por eso estaba más que los demás, como una sombra invisible que se interponía entre el mundo y yo.
Más tarde un extraño olor a rosas inundaba la habitación cuando llegué a casa, y una nota anónima que descubría debajo de la puerta, era la pauta hacia una nueva posibilidad que me hacía ilusión, mientras saboreaba un rico helado y jugaba con mi pelo haciendo tirabuzones con los dedos.
Mari Freire
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