lunes, 5 de agosto de 2013

TRENZANDO COLORES

Empezaré al igual que iniciaban las niñas los encajes de bolillos: Mimoseaban sedas, trenzaban colores y aparecía incierto el dibujo. Pasaban los dedos y bajaba un cauce en cada hilo, tan deprisa, que apenas veías los dedos entrecruzados en los bolillos.
De modo que, lo primero que vieron mis ojos, mirando así hacia arriba, fue el castillo. Con sus torres desiguales por conquista y contrarreconquista de moros y cristianos y el balcón del aire; mágicamente salían cernícalos, y en la torre más alta anidaban las cigüeñas. Así desde mi calle, entre el cielo sin nubes de abril, seguramente.
Y luego fue el campanario de la iglesia. La pila bautismal; alzaba mi mano tibieza de agua bendita.
La plaza de baldosines, el kiosko de hierro, donde tocaron las músicos. Los barquillos de canela y los pájaros; golondrinas intrépidas, así, a vuela pronto, rozando la cabeza.
Mi calle es una cárcava en aquel alto cerro y otra calle en pendiente donde iban mis sueños, de madrugar los domingos, hasta el límite fantástico que alcanzaban mis ojos. Y de pronto era todo un revuelo de chicos jugando con el aro, al piola, saltando, al mocho y bajaba la cuesta sin poner los pies en las piedras desiguales.
Esquiladores, burros, mulas, aguadoras con cántaros en la cintura. Los gitanos cantando. El herrerozurdo con su mañosa mano golpeando la herradura.
Y de pronto era todo la acción de un rodaje de cine. Película: la vida misma.
Aquel trajín de gentes, de arriba abajo, de abajo a arriba.
Una mujer de luto. Un niño con un pájaro. Un serón de melones. Un canasto de fruta. Una niña con trenzas. Una tórtola arrullando.
Un zureo de palomas en la azotea del cielo. Un niño balbuceando el abecedario...

(De “El Canto del Cuclillo) de Manuel Centeno (Paracuellos del Jarama)
Publicado en la revista Aldaba 14

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