sábado, 10 de agosto de 2013

EL CISNE Y EL RINOCERONTE

Apenas te digo que podrías caber en una sola de mis manos, y una horda de gigantes se levanta y busca refugio en los cipreses. Ninguno tiene rostro. Los llamas y se evaporan.

Será porque has visto al paisaje reverdecer, elevarse y desgranarse; será porque ríes como un cuchillo en el agua y lees los intersticios de las piedras; será porque también abrigo un cadáver que perfuma las auroras y abofetea los ocasos. Porque has prometido una tumba al pie de tu puerta. No has llamado, pero aguardo el campanilleo.

Tu cuerpo se acerca como una guillotina. No ansío tus viñedos, ni la arena de tu boca. Busco igualmente una voz con el calor de los sepulcros.

Suelo pensar que pudiste haber muerto. Fue la llama y el hielo sobre los párpados, y silencios desgajados en las sábanas. Sembré tan solo la helada de mis días sobre tu nombre. Amar el surco y la tangente, como al estertor y al vagido. Te habita una carroza llena de manzanas, y son más luminosas cuando tu desnudez huye calle arriba.

La patria, es decir tú, sucede afuera. Está muy lejos de esta puerta con veneno en las cerraduras. Adentro hay un surco palpitante de agua turbia y bebo enmascarado. Entonces la miseria ya no importa, el mundo vuelve a ser doble o infinitesimal; me tambaleo y dejo caer tus fotografías. Las termino pisoteando.

Un cuerno te nació la víspera, me dices, un cuerno que atraviesa constelaciones. En el último golpe de dados comprendo que todo fue al revés: yo era el cisne y tú el rinoceronte.

Solo el olvido se ensancha, alguien llegará a ser loto, roble o diente de león. La primavera será una lengua muerta. Acá la niebla, el ladrido del sur, tus bambalinas arrojadas al otro extremo del mundo y que he recuperado.

MARCELO VILLA NAVARRETE -Ecuador-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 57

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