Abrazo el recuerdo de mi bandera,
que hoy cuelga,
del otro lado de la frontera.
Entre sollozos y ante la cruz de mi padre celestial,
a mi madre juré regresar.
Misma promesa que muchos hacen
a sus seres amados, sin saber si quiera
si será la primera o última vez
que a la muerte saludarán...
Más allá de un sacrificio
más allá de un anhelo,
más allá de un sueño,
más allá del tiempo,
más allá de una nación,
trae el inmigrante que apuesta
su bandera, su idioma, su cultura;
cuando pisa tierra de Donald Trump...
¡Recuerdos!,
estrellas que adornan
a más de algún símbolo patrio.
El cantar de un quetzal,
que se añora como su verde esperanza.
La sombra del águila que se aferra
con sus pezuñas impregnadas, en el afecto
que espera un regreso.
Un fusil arrepentido por la sangre
del inocente que derramó,
yace abandonado, esperando el cambio
que nunca llegó.
Sin embargo, tiene la fe puesta
en aquel, que un día por razones
mayores su tierra, abandonó...
¿Qué saben los hijos del sol anglosajón?
Lo que es calzar chancletas marca "pobreza",
ni usar dedos por falta de tenedor...
Me pregunto si conocerán la esencia del amor,
ese que se mutila así mismo,
por dar el mejor racimo de su esfuerzo
al que dejó atrás, sin pensar si quiera,
si su lucha se apreciará
o si recompensa alguna un día tendrá...
¿Cuánto perdemos por un mejor resplandor?
¿Cuánto ganamos a lo que se le apostó?
¡Pocos tienen la misma respuesta!
Ingrid Carolina Amaya -USA-
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