Después fue ayer
tentando el hondo quicio de la noche.
Un anónimo jadeo,
un auto veloz,
una pausa restallando en la brasa de un cigarrillo.
Quise decir una estrofa
cuando me espantó una luz
temblona en mis amígdalas,
agostada en mis labios.
Una metáfora
que sólo es humedad en mis ingles
esperando el desahucio
de cualquier roedor diurno.
El segundero arañando
una página en blanco,
un dardo directo a mi sien
deshecho en sudores
abarquillando el folio.
Bebo,
bebo mucho y logro olvidarme
como relego mi mano derecha
al corte ordinario del cuchillo
de cualquier hijo de mala madre.
Y todo sigue inalterable,
inmutable bajo capas
de un barniz que parecen días
comenzando sin terminar nunca,
concluyendo sin inicio.
Muerto debí despertar
cuando, escarchado, invadí tu hueco.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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