Un sudor frío sentí en todo mi cuerpo
al verme arrodillado delante de aquel muerto.
Las ventanas abiertas en el pequeño cuarto,...
yo contemplé la luna brillando allá a lo lejos.
Las mujeres oraban con velos sobre el rostro,
rezando letanías, catando el kirieleisón.
Y todos contemplaban en silencio a aquel muerto...
La noche, con su sombra,
aquel cuarto de luto cubría
y junto a la ventana cantaba una alondra
con un canto triste por el que se iba.
Olor a flores allí se sentía,
cirios apagados impregnaban el ambiente
con la esperma que se consumía.
Todos los amigos y demás dolientes
se persignaban al pasar por enfrente
de aquel que soñara que todo era un sueño
que la vida nos daba.
Un cura en sus manos un rosario rezaba
y se repetia la letanía
y un coro cantaba el Ave María.
De las manos inertes del muerto
un crucifijo colgaba,
manos que yacían cruzadas
descansando en su pecho.
Y yo, con los ojos abiertos,
miraba del cuarto la negrura del techo.
Un viento muy frío abrió la ventana,
la tierra cubrió su cuerpo de negro
en el cuarto aquel donde descansaba
el cuerpo yaciente que muerto ya estaba
con los ojos abiertos, aquella mañana.
La alondra, que estaba cantando,
la lira del poeta que allí descansaba,
voló hacia su pecho y quedó allí posada,
y despertó aquel muerto, que estaba soñando.
El sol se filtraba entre las hendijas
y, al abrir los ojos, me quedé pensando
que todo había sido una pesadilla...
Lorenzo Martin -Estados Unidos-
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