Cuando Charles Mortón apareció muerto y castrado, la policía encontró su pene dentro del baúl de su esposa. Un pene enorme, por cierto.
El detective examinó el canto de la pesada tapa y determinó, por los restos de sangre, que la tapa de ese baúl había guillotinado el pene del señor Mortón. No había signos de violencia, el hombre había muerto placidamente sentado en un sillón, derramando sangre por la entrepierna. Un hombre de casi dos metros, había tenido mucha sangre para derramar.
La hipótesis de Lestrade era que lo habían asesinado obligándole a apoyar el pene en el canto para dejar caer la tapa. No obstante, esa hipótesis no explicaba cómo, siendo a la fuerza, el pene hubiera sido seccionado por la base cuando estaba en total erección.
-No, inspector –adujo Holmes-, la erección es un acto voluntario al que había llegado el señor Morton sin ser forzado.
-Pero la señora Morton no estaba en casa, ¿para qué abriría él el baúl que contenía la ropa de su esposa? Salvo que ocultara algo dentro...
Lestrade comenzó a vaciar el baúl, echando todos los vestidos sobre la cama, pero no encontró nada.
Holmes se indignó. Al fin y al cabo, pensó, aquel no era su trabajo. Había subido solamente porque paseaba por Oxford Street cuando vio un tumulto de gente y, en ese momento, llegaba el inspector Lestrade con sus ayudantes y dos policías de uniforme que le abrían paso. El inspector saludó a su amigo el detective y lo invitó a subir con ellos. Había tantos curiosos en la acera, tanta expectación en la mirada de todos ellos, que Holmes no pudo contener su vanidad y aceptó para que lo envidiaran al verlo subir a la escena del crimen.
-La Policía no entiende del alma humana y por eso no interpreta los detalles –comentaba luego a Watson-. Lestrade sacaba, uno de detrás de otro, todos los vestidos de aquel baúl sin darse cuenta que no eran los vestidos de la señora Morton, porque eran vestidos grandes, enormes, de alguien que pudiera medir dos metros. Es evidente que a la víctima le gustaba vestirse de mujer y por eso estaba desnudo y con el pene totalmente erecto por la excitación, cuando abrió la tapa y se resbaló.
-Pero eso no explica por qué no pidió ayuda y dejó que pasara más de una hora hasta morir desangrado.
-Por la vergüenza, Watson, por la vergüenza... –eran palabras que, al pronunciarlas, Sherlock Holmes sentía muy profundamente.
Jesús Zomeño
Publicado en Agitadoras revista cultural 62
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