Un día yo te dije, ¡oh mi Señor!
en antojo insensato de una niña mimada:
¡que vivir por más tiempo no quería,
que el cáliz de mi vida rebosaba de acíbar!
Mas hoy que he presentido medrosa y con pavor
de la cruel Segadora, despiadada y feral,
su presencia impalpable acechando en mis sombras,
me siento estremecer, y por eso he venido
a mi templo interior, humilde a suplicarte:
Tú, que de mi honda pesadumbre sabes,
y que sabio conoces que soy voluble y débil
que cambio de emociones cual niña caprichosa;
escucha mis motivos y se conciliatorio:
revoca aquella súplica que en ímpetu pueril
un día en desolación sin fe te formulé.
El cáliz de mi vida de dicha hoy se desborda,
y siento al Dios Amor febril que en alborozo
exultante y ansioso está anidando en mí…
Te ruego hoy, mi Señor, te dignes comprenderme:
“-No me dejes llevar al cementerio…
Yo no quiero morirme todavía !”
El áureo sol de otoño hoy baña mis trigales;
delirantes los pájaros planean en mis pensiles
y allí entre mis clemátides anidan en amor;
la fontana murmura con alacre rumor;
y aquestos solferinos ocasos, me extasían
arrobada mirando la falaz incendiaria
pasando sibilina callada tras los montes
en el instante único, soberbio y misterioso,
cuando el sol agoniza ahogándose en su sangre
y ella furtiva y críptica los paisajes perfila
de aquesta villa hermosa: mi agreste Levittown
llamada “El corazón de la Vida en Long Island”:
¡Levittown de mi amor do duermen mis ensueños!
Revoca, ¡oh mi Señor! mi súplica de otrora,
súplica que en capricho pueril te formulé,
y escucha compasivo por favor la presente:
déjame aún vivir en este empíreo edén:
“-No me dejes llevar al cementerio,
yo no quiero morirme todavía!”
¡Cupido hoy delirante, mis vacuas celdas llena
cual dulce miel de Himeto, y eufóricas pasiones
encienden mis praderas de Eva enamorada!
Del libro “Horas iluminadas” de Leonora Acuña de Marmolejo
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