Lo que no sirve para nada,
aquello invisible, sin valor.
Lo que no llama la atención
y pasa siempre, desapercibido.
Las hojas de otoño caídas,
arremolinadas sobre el suelo,
pudriéndose en un camino,
navegando sobre un río...
Las olas llegando a la playa,
displicentes y olvidadas
en secuencial formación
para quedarse en la arena,
o en la oquedad de una roca;
reflejando ese cielo brillante
y luminoso del mediodía,
o el manto oscuro en la noche...
Las flores sin nombre,
a ambos lados del camino.
¡Tampoco ellas, sirven para mucho!
El número de aquella persona
que ya hace años, dejé de llamar
Y quedó como un hueco...
sin cerrar en nuestra vida.
¿Qué habrá sido de ella?
¡Hay tantas cosas inservibles!
¿Para qué sirve un poema?
Me pregunto muchas veces.
Palabras que nunca llegan
a expresar lo que yo siento.
Un inservible poema...
¿Y tal vez toda una vida?
Tan inservible como el poema
¡No quiero sentir tristeza,
hacia el final de mi vida!
¡Ni dolor por lo no hecho!
Ni escribir versos muy tristes
que no son de arrepentimiento.
Son más bien de cobardía,
por no haber sabido vivir
con intensidad aquellos días.
Que caían como el agua
recogida entre las manos.
Para no volver al cuenco
de unas manos anhelantes
en que todo tenía cabida.
Hasta sostener un lápiz
para escribir un par de versos.
¡De eso trataba la vida!
De lo que no tiene valor
¡Y sin embargo lo es todo!
MARÍA LUISA HERAS -Barcelona-
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