Martín Bora vuelve como protagonista de la creación literaria, vistiendo el uniforme militar prusiano. Personaje educado en los rígidos valores del honor de su estirpe familiar y fiel servidor de Bismark.
Los lectores y lectoras de la admirable escritora Ben Pastor (María Verbena Volpi nacida en Roma en 1950), dueña y señora de una obra literaria de sólida calidad, que la sitúa como una de las mejores escritoras actuales en el campo de la ficción histórica y policiaca. Su personaje de ficción Martín Bora, es protagonista absoluto en las historias de sus novelas. Prestancia con el uniforme militar prusiano, educado en el seno familiar en los rígidos valores del honor y cumplidor en los servicios prestados a la época prusiana de Bismark.
Personalidad propia y culta como principio de esta aventura ideológica y, a la vez, contradictoria al desarrollarse en una geografía mítica. Nuestro personaje se encuentra muy cómodo en el Moscú de 194. Interpretando su papel a medio camino entre la diplomacia y el espionaje, que es a lo que se dedica en la Abwehr, la unidad de inteligencia del Ejército alemán. Mas de pronto, todo este bienestar personal y de servicio en las embajadas, se altera cuando se viven las vísperas de la inminente ruptura del pacto entre Alemania y Rusia. Candente situación al borde de la descomunal ambición de las fuerzas del Tercer Reich en ocupar la Unión Soviética. Pero como la diplomacia es como es, aquí tenemos a nuestro protagonista Martin Bora, que recibe la orden de desplazarse a la mítica isla de Creta. Donde debe conseguir sesenta botellas de un vino muy apreciado por Laurenti Beria, el todopoderoso y temible jefe de la policía política de Stalin, en un gesto diplomático del alto mando alemán. De esta manera comienza la aventura con ecos de Cavafis, “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias”
Y como las órdenes no admiten discusión, emprende la delicada misión, un tanto cómica y extraña, de viajar a la legendaria isla de Ulises recientemente conquistada a griegos y británicos por los alemanes. Donde, secretamente, tiene otra orden más severa: investigar el misterioso asesinato de un arqueólogo suizo, presuntamente a manos de unos paracaidistas alemanes. Con la colaboración de un calmoso comisario de policía griego, su Ulises de Joyce como lectura inseparable en su bolsillo, y la compañía de una peculiar arqueóloga norteamericana, Frances Allen, a la que conoce en la isla y a la que toma como una especial interprete prisionera, inicia la peculiar indagación.
A partir de este capítulo comienza la andadura durante una semana por caminos entre ruinas y en las que no faltan persecuciones, en la búsqueda de unos supuestos culpables, autores de crímenes de guerra durante la toma de la isla. Una excursión bajo un calor asfixiante que solo pueden distraer con una relación marcadamente especial entre hombre y mujer a pesar del contexto bélico en el que se encuentran inmersos. Los coloquios son de marcada belleza y deseo contenido. Los personajes se revelan como juguetes rotos por unas circunstancias que en su interior saben muy lejos y ajenas a ellos mismos. Sin duda alguna el lector puede quedar con el regusto de extraño sabor, al ver que el desarrollo final hubiese sido lo esperado por esta insólita pareja con sentimientos verdaderos pero ocultos. Creta es, asimismo, el escenario de cuatro rapsodias. Es el lugar donde Helena encuentra su camino definitivo y donde Ulises se inclina hacia los oprimidos y desposeídos. Allí participa activamente en una revolución para derrocar al rey Idomeneo y destruir el orden establecido, un régimen tiránico y corrompido. Y, de nuevo, en el aire la evocación del poeta griego, “Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas.”
Francisco Vélez Nieto
Publicado en elConfidencial Andaluz
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