Vemos en la cocina,
a una humilde campesina,
preparando un cocido,
para su estimado marido,
que desde primera hora del día
se fue a trabajar con alegría.
Entre fogón y fogonazo,
entre cazuelas y cazos,
daba de comer a las gallinas,
que a la hora de comer eran finas,
pues querían un pienso especial
en vez del normal.
Su marido se encargaba del ganado,
procurar que esté en buen estado,
con un cantar mal afinando,
pero con el que iba tirando,
pues era un trabajo durísimo,
que necesitaba entregar lo mejor de si mismo.
Ella era preciosa,
él era muy noble,
pasaban muchas horas,
debajo de un roble,
controlando al ganado
que estaba pastando,
o bien estirados
viendo un cielo estrellado,
pues lo hacían de noche,
para ponerle a la jornada
un gran broche.
Al día siguiente, las mismas tareas,
dando de uno mismo, aunque fuesen feas,
y cuidando ganado y resto de animales,
pues eran sus tesoros, más vitales,
pues les daban de comer
y solo ellos, lo podían creer,
pues sacaban buen provecho,
incluso estando en el lecho.
Él bajaba con el coche,
con algún reproche,
pero volvía contento,
con un contrato suculento,
pues el boca a boca les funcionaba,
y de llevar arriba el rancho,
de eso se trataba.
Ella cantaba,
los animales, cuidaba,
hasta que llegase su marido,
que era su trabajo
como le había prometido.
JAUME ALEGRE LASTERRA -Barcelona-
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