Caro amigo de nuestra colegial juventud,
compañero de ruta en esa vital etapa,
fuiste luz deslumbrante que recorrió el camino
como estrella que irrumpió en la oscuridad,
engalanando por siempre el sentido de amistad
que incubase el tiempo en nuestras almas.
Pompo, en las aulas de nuestro educativo plantel,
huerto y jardín feraz de la sabiduría,
aún se siente tu singular presencia,
se escucha el eco de tu carcajada sonora,
tu cascabelera risa de desparpajo y felicidad,
y las notas melodiosas de tus voces de tenor.
Marcados quedarán en nuestras mentes,
como una impronta indeleble
tu interés febril y vano anhelo,
por conocer la ontológica verdad
que el despertar en la dialéctica filosofía,
sembró por siempre en ti, como un ánima liberadora,
la más gloriosa bandera de la honestidad y el valor
que sempiterna ondearías, sobre el firme mástil
de tu actuación sincera por el interés social.
¡Valiente amigo, que breve fue tu vida!
Pero grandes son los frutos que tu amistad nos dejó.
Esa aciaga mañana de noviembre, de oscuros nubarrones,
se extinguió tu aliento entre el estruendoso fragor
de los tiros del fusil, de metralletas y cañones
de un ejército insensible, despiadado y vil,
¡que jamás conoció de la clemencia!
cegó la luz de probos magistrados de la corte,
-centuriones del panteón de la justicia-
y de una decena de bizarros luceros encarnados,
empeñados en lograr una Colombia de progreso y paz.
¡Qué desgracia ha sido para el pueblo colombiano,
ser testigos presenciales del fin de una galaxia!
¡Se marchitó el ramo fragante de la paz!
¡Ya no hay rosas ni azahares perfumados!
Quedamos todos incompletos en tu ausencia
y no hay cura que resarza esta espiritual dolencia
empero, jamás mediará en nosotros el olvido,
a pesar de entender que ya te has ido,
allá, al edén celestial donde reposan
los héroes y adalides por la libertad y la paz.
Nos enseñaste un mundo cercano de ilusiones,
sin pobreza, sin tristezas, sin rencores
y sin malsanas políticas pasiones;
sin odios que separen corazones.
Conformarnos no podemos, por más que lo intentamos.
¿Cómo consolar el alma, de quienes aún creemos que estás vivo?
ABEL RIVERA GARCÍA.
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