“Espera, sólo tienes que esperar” se decía a si mismo, peinándose frente a un espejo empapado, cada mañana.
Se sonreía amargamente si veía algún pelo cano enredarse entre su cabello.
“Espera, sólo tienes que esperar,” repetía viendo a una pareja de adolescentes comerse a besos en plena calle.
Se le agitaba el corazón cuando, sentado en un parque con un libro en la mano, de repente se encontraba con una mirada risueña de un niño (uno de aquellos bebés regordetes y rubios que parecen
ángeles) que correteaba por ahí siempre vigilado desde lejos por su joven y guapísima madre que no le quitaba el ojo de encima.
De noche cuando la oscuridad le rodeaba con sus fríos y sedosos brazos, él se agarraba de su almohada y cerraba los ojos sumergiendose en un inmenso y cálido mar de sueño...
Las noches se acababan, las madrugadas daban lugar al sofocante calor del mediodía y las hojas del calendario se caían igual que las de los árboles... Y él seguía esperando mientras la vida pasaba... para siempre y sin remedio.
Xenia Primorskaya
Participante en el VI Certamen Microrrelatos Libres Memorial Isabel Muñoz
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