sábado, 8 de julio de 2017

EL ENCUENTRO


En la esquina de la iglesia nos topamos, tu hermosa como siempre y yo, torpe, agreste y nervioso. Reviví nuestras miradas con tanto fervor y deseos, pecamos al instante, fueron esas miradas pecaminosas que siempre nos agradó. Nos abrazamos en silencio, solo nuestros cuerpos se comunicaron, caminaron uno al lado del otro, cada minuto nos mirábamos y apresuramos el paso entre roces y suspiros y no sé cuántos pensamientos y deseos que nos cubrían el cuerpo. Entre el roce de la brisa fría, nuestros cuerpos ardientes de pasión, de recuerdos vividos y nuestro amor, nos quedaba mucho amor del bueno, ése, que se regocijaba con lágrimas, sudor y jadeos inevitables por el calor de la noche y nuestros deseos.
Al doblar de la esquina llegamos a nuestro lecho de amor, el origen de nuestros deseos y de nuestra pasión.
Chocaron las miradas en un real atropello de labios, boca y miradas apasionadas recordando la época dorada de nuestro amor, ya nada importa, solo tú y yo y nuestros cuerpos tatuados por la pasión y el deseo de besos, caricias y más besos.
No pudimos detenernos, no fue necesario hablar, nuestro cuerpo se comunicaban entre jadeos, suspiros y orgasmos, levitando en el éxtasis originado por el amor, el pecado y el deseo.
Así llegó la madrugada, cansados, todavía con el brillo de tu mirada en mis ojos enamorados. Por fin hablamos, lloramos y nos abrazamos jurándonos Amor eterno, entre risas, lágrimas y estupor.
Aquí no termina esta historia, el camino es largo con obstáculos y veredas hermosas, tomados de las manos nos apoyamos hasta el fin, la eternidad...

José Rafael Diaz

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