El devenir se hace enumerado
en velocidad y tiempo.
Caminos van al bosque en sus bronces verdes que la luna a hecho tezontle denso, tras un designio existido.
Una etapa convertida en mansedumbre
y capital de ninfas, adentro el canto y el trino, arboles protegen el río como soldados militares.
Un cuerpo con corazón enarbolo
siempre en sumas,
en atmósferas con alarde vestido,
en pilar de plata y de espiga viva,
agua de taza y tácito,
veredas de la sed de siempre.
El camino es realeza, menester paladar, aun es trayecto el ser, en un segundo número del acontecer simultáneo.
Entran a tendón de luz, el relámpago conexo, el padre autumnal
con sonido y conciencia de otoño.
Despierto el sol clandestino allá arriba, pestañeado en amarillo febril su corteza.
En movimiento despierto,
nombres invisibles hacen un péndulo premura adentro.
Reina el bosque junto al valle,
sus ojos abiertos de verde pupila diurna y dilatada, días como dedos gritando al azar del papel, momentos dados con rareza habitual.
Lo que cae lento sobre el atardecer,
su luz fallecida en el desgaste del tiempo.
El otoño muerto en las hojas, se amapola, pétalo ciego de natura orgánica.
Altos vientos, arboles desnudos
y los lobos solitarios que aúllan
en su rodillas desprovistas.
Cada madrugada el silencio pasa denso en su huella silente,
cuando los céfiros se arropan
al tronco del bosque sin alma
donde el bosque calla y duerme solemnemente.
Belén Aguilar Salas -Costa Rica-
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