jueves, 22 de agosto de 2013

OBRA DEL DESTINO...

Si Asdrúbal Kakakian hubiese existido, hubiera comprendido a Aloisio. Asdrúbal era un personaje tan real como La Maga de Cortázar o el Gregorio Samsa de Kafka. Se suponía que el muchacho había quedado bajo la vieja cárcel de la Avenida Las Heras, cuando la demolieron. Cada mañana se comunicaba, inexplicablemente, con un programa de radio para preguntar sobre  cosas que ya no existían (le extrañaba que nadie apareciera, sin saber que hacía años que lo habían olvidado y no pensaban rescatarlo).
Mientras palpaba interminables estantes en la oscuridad, José Luis Aloisio pensaba en esta gente imaginaria tan famosa como los divos de Hollywood. Siempre había creído que era una maldición no haber nacido allí, sino en este páramo alejado del centro de Buenos Aires. Pero ahora, se encontraba solo en lo que se creía era el sótano de una casa que debía refaccionar. No haber podido triunfar como cineasta lo había llevado a  aceptar trabajos como peón de albañil. Era el que llegaba y limpiaba, o desarmaba lo que luego sería reconstruido. Aquel día, ninguno se animó a seguirlo. “Delicias del séptimo arte”… dijo con genuina emoción al encontrar y prender la linterna que había dejado apoyada al entrar, confiando en la mortecina lamparita incandescente que no le dio tiempo de llegar a la llave de  luz (y se apagó más rápido de lo esperado). Seguramente, cuando este sitio estaba en uso, el interruptor estaba cerca de la entrada original (no del hueco improvisado por el que bajó y que apareció tras ceder el piso del jardín tras una tormenta). Se sentía como un ladrón de pirámides. Tal vez su destino era probar que no era un mito que allí mismo habían existido, tiempo atrás, unos famosos estudios de filmación en la dorada época del cine argentino. Sobre el lugar se habían edificado las casas a través de los años. Mientras esquivaba cucarachas con tranquilidad, rió y opinó para sí mismo: “Tenía que haber sido Gregorio”. Con ese aspecto de bicho gigante, podría reinar sin el menor temor de que aparecieran alimañas más espantosas en ese depósito lleno de afiches impecablemente conservados, latas con rollos de películas invaluables y todo tipo de objetos preciosos: reflectores, cámaras enormes… y hasta una silla plegable de “Director”. La sacudió un poco, pero con sumo cuidado y respeto, para despegarle las telas de araña adheridas. Finalmente se sentó, más feliz que nunca a contemplar su tesoro.
Tenía que pasar. Siempre creí que era raro y me caía bastante mal. Se daba aires de tipo culto, relatando sus “hazañas”. Me acuerdo ahora, de cuando hablaba de su época en el archivo. Había conocido a un tal Soriano (que llegó a ser escritor y famoso), con el que miraban por las noches como las ratas se comían papeles históricos, olvidados también por la desidia de los sucesivos gobiernos, ¡pero a salvo de ladrones que ya no los venderían al extranjero!
Sé que le hubiese convenido más parecerse a La Maga (quien jugaba a una rayuela que apuntaba hacia arriba). Pero creo que  Aloisio no quería salir, o era como Kakakian. No sé si se dio cuenta de que los demás no repararon en que no estaba cuando se fueron tras terminar el trabajo, dejándolo bajo una losa de cemento que ahora es mi patio.

María Elsa Rodríguez –Bella Vista-
Publicado en el blog poemasenanil


No hay comentarios:

Publicar un comentario