Me dijeron que el tipo limpiaba escenas de crímenes. Un asco. Es decir, sangre seca, sustancias indescifrables. Incluso algún resto humano. Cosas que la gente común no soportaría ni a cien kilómetros de distancia. Era meticuloso en su trabajo y todo lo dejaba perfecto y lugares en los que un loco había matado a escopetazos y hachazos a toda su familia quedaban como nuevos y se vendían como pan caliente.
Sin embargo, cuando fui a su casa, encontré cajas de pizza bajo el sofá. Latas de cerveza vacías, tiradas en el suelo con el descuido del que sabe lo que hace. Y sabía lo que hacía, sin duda. Gladius se acercó y olisqueó un trozo. Un trozo de algo, bajo el sofá. Los chicos llamaron a la puerta. Se levantó, abrió la puerta y escuchó un 'Papá', le dieron un fuerte abrazo entre tres y recolocaron la casa en cuestión de segundos. Los vio salir por el parabrisas, la sangre manchándolo todo, abrazó a Little-horse, encendió la luz, sonaba Frank Sinatra en el tocadiscos. Dejó que la lluvia entrara a través de la ventana y, hechizado, se dejó caer hacia atrás, cuatro pisos. Recogieron su cadáver de la acera, lo metieron en un maletín, lo archivaron con los suicidas y lo sustituyó un nuevo Limpiador. Little-horse, muñeca, escuchando hacia la carretera del norte la música de la radio, recuerdo tu pelo y las noches abrazados en todas y cada una de esas camas perdidas, nuestros hijos y las bolsas de basura. El asesinato de la pequeña Little-horse en el 94. Era hermosa, una hermosa muñeca de pelo trenzado y oscuro, de ojos de cielo. Gladius cosquillea con la lengua, con el hocico en mi nariz.
Alejandro Bentivoglio
Publicado en el blog memoriasdeldakota
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Hace 3 horas
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