domingo, 25 de agosto de 2013

LA HERIDA DE LA TIERRA

Agitar las oscuras cenizas del olvido
y ver cómo se hunden los peces del recuerdo
en las aguas subterráneas del pasado,
es como navegar a la deriva
por un mar tempestuoso.
Un pueblo tiritando al sol de invierno,
las calles empedradas de suspiros
y la niebla, que ensombrece los tejados desnudos,
zozobra en las cornisas del crepúsculo.
Es la tímida canción del desvarío
cantada con murmullos lacerantes.
Son los campesinos que regresan
de dar luz a la herida de la tierra
con la fuerza visceral de sus entrañas.
Caminan enquistados en anhelos,
cansinos en su torpe asimetría
de sueños y de pájaros silentes
que sobrevuelan, escurridizos,
los surcos de su corazón.
Sus manos satinadas de pasiones
arrastran el dolor de la cosecha
que muere en el furor de la tormenta,
que yace bajo un sol devastador
quemada entre suspiros y lamentos.
Es la adusta dimensión de la miseria
que vaga en el ambiente vespertino.
Es el latido ancestral de los olivos
quien siega la ilusión de sus afanes.
Son los cultivos que gimen
rasgando el vendaval de sus designios.
Y tú, cansado, como Sísifo,
andando y desandando los senderos,
me miras al trasluz de la penumbra
cargado con la piedra del destino.
Tus ojos, encendidos como antorchas,
visten el temporal del alma mía
y observan cómo la luna se asoma
al ventanal abierto del ocaso.
Una escuálida cortina de susurros
al ritmo detenido de la lluvia
evoca las antiguas emociones
que brotan lentamente de la tarde.

Encarnación Gómez -Campillo de Arenas (Jaén)-
Publicado en la revista Aldaba 15

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