EL VIAJE
Francisco José Segovia Ramos (Granada)
Invento una extraña nave, digna de una mente que se retuerce en sus propios intersticios, y remonto con ella la corriente fluvial que siempre permanece y nunca es la misma. Las orillas se me parecen espejismos, tan difuminadas como la línea de sombra que es la vida transcurrida. ¡Tanto tiempo y tan escaso parece!
Atisbo, entrecerrando los ojos, en lontananza figuras que el recuerdo trae a colación en estos instantes; incluso imágenes completas, como fotografías delatoras del segundo que reflejan. Tomadas por un dios que es la propia memoria; un dios que se transforma en demonio y continuamente me recuerda: “sólo eres un hombre”.
Allí veo un par de figuras infantiles jugando a la pelota, o reflejando sus sombras contra muros que guardaban misterios que nunca se resolvieron y que siempre fueron causas y finales de cuentos de miedo. Alrededor de una fogata que rompe la oscuridad del pasado, varias figuras danzan una extraña y sobrecogedora música. Una de ellas, tal vez yo mismo hace veinte años, me mira y sonríe enigmáticamente, y yo, Edipo que sabe que no hay enigma irresoluble, tiemblo y me recojo en mi mismo, otra vez, intentando volver al principio.
Sigo remontando el cauce del río, viendo como las márgenes se acercan, como si quisiesen ahogarme antes de que descubra el principio –tal vez, el final- y pueda arrepentirme o, vano intento este mío, encontrar dónde estaba el Paraíso original y dónde empieza el infierno. Llueve ahora, fuerte, insistentemente, y mi cuerpo comienza a desvanecerse conforme el principio –el fin- del río se va transformando en una oscuridad aún mayor que la que ya me rodea. Edipo aúlla, Parménides aún insiste en que ningún río es el mismo río, pero hay ríos que, recorridos, siguen siendo persistencia de la memoria...
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Hace 10 horas
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