ROQUETAS DE MARCortando los vientos
para que el mar
bese en silencio su arena
grisácea, los viejos
cerros se alzan,
sobre un cielo moteado
de blancas nubes
que a veces hasta abrazan
su ladera, miran a Roqueta
sin que ésta le preste
ninguna atención.
Para Roqueta, su amante
sigue siendo ese mismo mar fenicio, del ayer,
el mar, ése con el que coquetea
como una joven quinceañera
mostrándole sin rubor
sus más bellos encantos.
El mar fue su vida y es su vida,
y viéndole crece
y engendra hoteles
y urbanizaciones
que al mar dejan en la distancia.
JOSÉ LUIS RUBIO
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