Después de una semana de duro trabajo el sábado se levantó a las 5 de la mañana. La noche anterior dejó preparada la escopeta, la munición y una bolsa con un pedazo de pan, una botella de vino, embutido y frutas.
Una helada había teñido de blanco las calles y la verde hierba. Se cerró el chaquetón y empezó a caminar hacia el río. Anduvo un par de horas. Cuando llegó al río se detuvo. Echó una ojeada.
En el silencio de la mañana escuchó el aleteo de unos patos. Los vio acercarse. Se preparó. El frío hacía que su mano temblaba. Tomo un trago de vino para calentarse. Se preparó. No podía fallar. Apuntó. Disparó. Alcanzó al que iba en cabeza que cayó a unos pasos. Aún tenía a otro a su alcance. Apuntó. Disparó. Acertó pero el pato cayó al río lejos del alcance de su mano.
¿Qué hacer para cogerlo? Vio un árbol cercano a la orilla. Agarrado a una rama y usando la escopeta lo acercaría a la orilla. Agarró la rama con la mano izquierda. Apoyó los pies, separados, con fuerza en el suelo y tomando en la mano derecha la escopeta empezó a traer el pato hacia él. Cuando estaba a punto de sacarlo la rama se rompió y la escopeta se le escapó de la mano, cayó al río y se hundió.
Tenía que recuperarla. A pesar del frío se desnudó, tomó un trago de vino y se lanzó al agua. Al principio no la vio. El agua estaba muy turbia. Helado volvió a sumergirse. Al fin la visualizó en el fondo. Temblando la cogió y con ella salió a la superficie.
Se colocó el chaquetón sobre el cuerpo mojado, tomó un nuevo trago de vino intentando entrar en calor, se puso las botas y guardó el resto de la ropa en la bolsa. Le temblaba todo el cuerpo. Los dientes chocaban unos contra otros. Tenía que entrar en calor. ¿Cómo? Tomó un nuevo trago. En los alrededores nada había. El temblor aumentaba. Se colgó la escopeta al hombro y caminó.
Solo dio unos pasos porque el frío le hizo doblar las rodillas. Con un gran esfuerzo consiguió levantarse. Tomó un nuevo trago de vino. No muy lejos había un camino. Tenía que llegar a él. Era, quizás, la última oportunidad. Arrastrando los pies y temblando como un árbol movido por el viento llegó al camino de tierra.
Al poco vio venir un coche. Se puso en medio del camino agitando sus brazos. El conductor que iba algo distraído y a una inadecuada velocidad cuando lo vio no acertó a frenar y lo atropelló. No se detuvo. Se alejó dejándolo en el suelo. A su lado la bolsa, los dos patos y la botella de la que se escapaba el vino sobrante.
JOSÉ LUIS RUBIO