Había llegado el momento de resumir y decidió escribir su autobiografía. Le ilusionaba y se regodeaba en pensar que podía plasmar en ella, no solo sus vivencias como notario, sino también su sentir de vida.
Fueron meses de escritura y reescritura, de borradores y dudas sobre episodios que pudieran aún herir o deslucirle. Aún así, no desechó la idea de contar su romance con una vulgar actriz de teatro que conoció en su despacho. Cuando terminó, le entregó lo escrito a su mujer para que lo leyera advirtiéndole que no le comentara nada hasta finalizarlo.
A la semana siguiente, la mujer irrumpió en su despacho en compañía de un abogado para pedirle el divorcio. Extrañado, preguntó si era por su romance. Ella le contestó fulminante: No, por lo que has escrito en la página treinta. Ansioso, buscó la página treinta de sus memorias y cuando la leyó lo comprendió todo: una vez más había olvidado la fecha de su aniversario.
Isidoro Irroca
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