Un camino cubierto de hojas amarillas
llevaban al paraíso donde el agua
jugaba con las rocas y los árboles
mientras, hoy el sol, iluminaba el cielo.
Las hojas dieron paso a caminos de piedra
que se empinaban buscando las cascadas.
Arriba, arriba, el agua se despeñaba
y caía con fuerza a un río de aguas claras.
En una roca un árbol espera los compañeros
que alguien un día les arrebató
pero que tal vez nunca crezcan
porque las semillas nunca germinen.
El aire puro llenó mis pulmones.
Me sentí plenamente liberado.
En el silencio sonó el canto
de un petirrojo que voló a mi lado.
JOSÉ LUIS RUBIO
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