Cuando no creo en mí
miro los ojos de mi hijo y me muestra el universo.
Sin querer,
porque en su llanto recóndito se esconden todas las voces del mundo.
Y en su risa todas las risas de los niños que son felices.
Cuando no creo en mí
dejo de pensar y lo veo a él
me doy cuenta de que soy quizá solamente el instrumento de Dios para guiarlo.
Y un guía siempre cree en sí mismo.
Cuando no creo en mí
me detengo un momento y reflexiono y vuelvo a lo mismo siempre
pero siempre se cruza entre mis brazos el niño, todos los niños del mundo, mi niño.
Y me pide que crea, y que crea en él.
Lloro palabras.
Escupo palabras.
Palabras que corren por mi rostro
y se evaporan con el primer rayo de sol.
Cruzan por mis mejillas y por mi boca
y como un río desembocan en mi cuello,
tronco inconexo a la cabeza
porque no respira, no tiene vida.
Solo esconde la sutileza del tiempo
vestido con arrugas casi invisibles.
Paulina García González
Publicado en Ágora 14
No hay comentarios:
Publicar un comentario