Eran dioses. Durante todo el tiempo que estuvieron entre nosotros, nos dieron pruebas de ello: volaban como pájaros, flotaban en el aire como peces, dominaban la luz, movían montañas como si fuesen granos de arena.
Al principio tuvimos miedo, pero este ya se había transformado en profundo respeto el día en que se
fueron.
Sus huellas siguen aquí, imperecederas, junto a las que se quedó uno de ellos, no sabemos con qué propósito.
Un dios al que hemos matado hoy, incapaces de soportar por más tiempo el constante desprecio que mostraba por los presentes que le hacíamos, el que no hiciera como le pedíamos algún milagro con nuestros muertos o se mostrase distante e impasible con las enfermedades que sufrían nuestros hijos.
Nuestra lanza ha atravesado su cabeza limpiamente, como nunca lo hubiésemos creído; y desde ese
momento miramos el cielo, registramos la posición de las estrellas y el modo en que se mueven, con el temor inconfesable de que vuelvan como se fueron, de que nos castiguen.
Luisa Hurtado González (España)
Publicado en la revista digital Minatura 149
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