Yo sueño, tú sueñas, él sueña. Y aunque en su ejercicio parezca lo mismo, se trata de un verbo tan íntimo que deberían prohibirse sus formas plurales.
Sueña el pobre con palacios; quien se fue, con su destino; quien llegó, con su punto de partida. Sueña el rico con un abrazo amigo; el de tierra, con mar adentro; el marino, ante su mar. Sueña el pintor con poner colores al tablero de ajedrez; el parado, con un lunes de trabajo; los funcionarios, con el próximo domingo. Incluso Dios soñaría ser humano si no fuera porque el hombre delira con ser divino.
Cada cual burla en sueños sus carencias. A solas, frente a frente, reordenamos las coordenadas de nuestra vida, inventando un mundo a la carta que devolvemos en cada despertar.
Los sueños no anticipan el futuro. Ni siquiera hacen mejor a quien los tiene. Los sueños, simplemente, se sueñan.
Texto perteneciente al capítulo Próxima parada: Morelia, incluido en el libro Mi planeta de chocolate de
MANUEL CORTÉS BLANCO.
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