El Ángel caminaba en algún suelo árido de algún desierto con su cabeza alargada y delgada. Sus pequeños ojos, dilatados y acuosos miraban el horizonte junto al aroma a carroña que se introducía por sus orificios nasales.
Su sudor escurría por sus centrados pómulos y la áspera cola no dejaba de golpear el suelo en su caminar. Un día cansado de caminar, descansó bajo la sombra de un abandonado automóvil.
En él, encontró un espejo. Tomó dicho espejo y en el momento en que se miró a través de él, el Ángel murió.
Juan Antonio Díaz Carrión (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 124
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Hace 9 horas
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