jueves, 9 de mayo de 2013

NUNCA DEBIMOS CONOCER EL ORO


He visto crecer los campos de tlayoli,
sacrificar a los hijos de mis abuelos desde escaleras rojas.
No todo era escritura incognoscible,
planetas y barcos del más allá.

Hubo tiempo fértil –Sol-,
noches en que los besos eran más grandes que cualquier ciudad.

Un día desaparecimos entre canciones y leyendas.
Aquella noche la selva no paró de gritar a la Pachamama
-aún se escuchan los gritos-,
entre la paja que ardió y la peste de Hernán Cortés:
luché en el fango contra pieles de piedra plateada.
Me ahogué en D.F.

Nunca debimos conocer el oro.

Del libro Liken de Alejandro Gómez García -Madrid-España-
Publicado en La Biblioteca

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