La majestuosidad de la tarde
otorgaba inocencia
a la vegetación y a las sombras.
Con ágil pie la ninfa recorría
el bosque.
El sol penetraba por los huecos
y dibujaba duendes en el pasillo.
Mis pies apisonaban hojas que crujían
y el arroyo cercano
cantaba en signos.
No recuerdo el tiempo
PORQUE NO EXISTIA.
BEATRIZ IRIART
Publicado en la revista Escritoras Unidas y Compañía
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