Después de que mi vientre
iluminara tu luz a la vida,
vienes y golpeas con pie duro.
Me he acostumbrado
a beber el viento
de tu osado egoísmo.
A que en mi corazón se agitaran,
pájaros con púas clavadas en el pico.
Ya no te muevas, no vengas.
Eres fantasma que amo a escondidas.
Cruel dolor que me repica
cual gran campana en la cabeza.
Dolor de madre, dolor de duelo.
Así pues me retiro.
La voz está arrasada.
Entierra mi sombra,
que yo cabo mi pena.
Con dulce tono te amenazo.
No te acerques,
que de mi arco
sólo recibirás saetas,
aunque sin punta.
Niño fuiste apoyado
en el seno amante;
hoy, jardines cerrados
sin flores para tu madre.
Amor en cuenco dorado
que le das patadas.
Miro el sol y ríe.
Sonrisa divina que entiende.
Arrancada el alma
los ojos no cuadran.
Déjame caer en mi laberinto.
rodeada de pensamientos muertos.
Basuras y piedras arrojas,
cuando paso cerca de tu presencia.
Ana María Lorenzo.
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