jueves, 9 de mayo de 2013

BLANCO Y EN BOTELLA


No había nadie y son un montón.

Eran llamadas de teléfono, preguntas
en la calle, visitas de cinco minutos
y ahora todas vienen, se sientan
a esperar a la muerte. Hemos
dejado la puerta abierta para que todas
entren y salgan como de su casa.
Y hablan, gimen, lloran, opinan o callan,
incluso hacen llorar. Se les ofrece
magdalenas, vasos de leche, de agua,
Nolotil, o lo que quieran,
aunque esto no sea una fiesta.
Se les pone la tele bajita,
se les chista para que bajen la voz
una y otra vez. La mayoría
logran rememorar recuerdos,
y sin darse cuenta dolores de cabeza.
La mayoría mira su reloj con disimulo
y piensa en la excusa, la frase idónea
para marcharse. Luego,
al caer la tarde, volvemos a quedarnos los justos,
y completamente solos para pasar la noche.

JUAN RISUEÑO LORENTE

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