Voy destilando el sudor de su afrenta
entre licores de amarga sal y rosas,
consumiendo tan larga historia
a borbotones de la olvidada renta,
y una piel de agrietadas y porosas
marcas de una vida inquisitoria,
no se llama honor al dolor afligido
desde la subterránea cueva oscura
con una máscara imberbe de seda,
a la huella en el camino de un amigo,
y relegar con ello su destino a usura
entre obviedades de falsa moneda,
como el mar arroja las olas en la orilla,
como el sol derrite la nieve en la cima,
como las estrellas inspiran al poeta,
como una luna en sangre que brilla
entre las nubes de tormenta y calima,
como la brisa, es mi abrazo en la cuneta,
voy calmando la sed en el desierto
con las lágrimas de un recuerdo vacío,
soportando el frío invierno al sol,
y a la ira desesperada que llevo dentro
ante la tiranía y el látigo sombrío
de aquellas almas sin mirada ni amor,
es una ignominia llorar la autocracia
de un insignificante ser malévolo y cruel,
inculpado en mil procesos sobre la vida,
una tenue luz que mantiene reverberancia
entre los crisoles de la dignidad fiel
al usurpador de roles y alguna mentira,
como la piedra se rompe al paso del agua,
como el óxido corrompe el viejo hierro,
como el viento modela las montañas,
como el río horada su cauce y fragua
el destino del caudal hacia el destierro,
como una rosa, es el aroma de mis mañanas,
voy saltando las nubes, de poema en poema.
Angel L. Alonso
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