Estando en el café, te vi corriendo bajo la lluvia, al comienzo me dio risa, pero después… sentí pena por no poderte ayudar. Empero, miré que te guarecías debajo de esa marquesina que está pegada al café. Pagué y salí a buscarte, me acerqué a ti, te ofrecí mi saco para que te lo pusieras y con una sonrisa te dije: - Perdona, quiero ayudarte. Me miraste con cierto recelo, me dijiste: - ¡Gracias! Yo amablemente insistí y logré convencerte.
Empezamos a platicar, te pregunté en dónde vives, y ofrecí llevarte. Te abrí la portezuela de mi auto y arranqué. En el trayecto me enteré que estudiabas arquitectura. Me dio gusto saber que eras una mujer soltera, preparada y con deseos de superación. Fue muy poco lo que le hablé de mí, un médico divorciado, que todos los días después de terminar mis labores, acudía a este café.
Me di cuenta que simpatizamos, intercambiamos muchas sonrisas y carcajadas, de esta forma llegamos a su casa. Ella hizo el intento de quitarse el saco, le dije que no era necesario, que cuando ella considerara pertinente podía venir por él. Me regaló una linda sonrisa iluminada por la verde luz de sus ojos. Realmente yo no quería que se fuera. La ayudé a bajarse del auto y me dijo: -¿Te parece bien que te lo regrese mañana en el café? -¡Sólo si aceptas tomarte un café conmigo! le contesté. Nuevamente brilló la luz de sus ojos, y me repitió otra bella sonrisa. Me dijo adiós, la miré marcharse... Se detuvo, volvió hacia mí y me dio un beso en la mejilla, diciéndome: -¡Te veré mañana…!
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado -México-
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