viernes, 7 de julio de 2017

UNA IDEA


En su laboratorio, el demiurgo iba de un lado a otro, frenético, tratando de poner orden en sus pensamientos.
Sufría un insomnio eterno y sus sentidos se hallaban aturdidos. Su cabeza era un hervidero de confusas especulaciones y ambicionaba serenar los devaneos, para salir de aquella situación que amenazaba con derrocar su cordura.
Buscaba una idea que lo pusiera en acción y lo rescatara de aquel desconcierto. Intuía que tanto la
insatisfacción como el aburrimiento son los verdaderos artesanos del deseo.
Un súbito ataque de tos hizo que se detuviera y mirara hacia el exterior.
La neblina se dilataba sobre un mar calmo, rodeado de oscuridad, en medio de un silencio profundo.
Todavía con la respiración agitada, vislumbró detalles en aquellas informes penumbras, tal vez el perfil de un hombre, o algo parecido a una montaña, y se vio inundado por un éxtasis desconocido, como quien descubre un fragmento de alguna torre que lo conduce a la puerta de una civilización perdida.
Sólo unos pocos elegidos, los sabios o los locos, pueden ver en un átomo el universo a conquistar.
En medio de aquel estado de claridad, de demencia momentánea, habló en voz alta.
Sus palabras tintinearon con la fuerza de la energía que da forma y sentido a cada una de las cosas.
—Voy a crear la luz —dijo, con parsimonia, en un idioma germen y síntesis de todas las lenguas.
Sin total certeza de lo que vendría, Él daba su primer paso hacia la gestación del mundo.

José María Marcos (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 155

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