“Nada más parecido a un cronopio que un niño creativo, vital, desconcertante…”
Cortázar
Las aguas del río eran turbias y aplacadas. Se observaba en ellas una corriente lenta. El día caía y el
silencio de las aguas sólo era perturbado por el ruido de una docena de aves que se elevaban,
buscando refugio en el ocaso. En un pequeño muelle, las barcazas estaban arremolinadas
formando un innegable atasco y poca visibilidad en la orilla. Unas barcas estaban pintadas de
fuertes colores, otras de fibra de vidrio y las demás de madera curtida y seca por las asperezas del
sol. Había dos restaurantes adecuados en los extremos del muelle. Atendían unos pocos clientes,
no muchos pues, la hora para almorzar se había terminado. Corría la tarde. El olor del pescado
frito se confundía, con el hedor del río. Los moscones en el comedor revoloteaban sin cesar. Las
sillas y las mesas daban al lugar la impresión de escaso espacio o mala distribución en la estancia.
Un niño y una niña de cabellos rizados, deambulaban de manera juguetona por unos tablones que
se enlazaban con un planchón. Un viejo, arrugado por el tiempo, movía con dificultad unas
canecas añiles cargadas de combustible y las montaba en su chalupa formando un arrume, las
situaba con gran esfuerzo. El viejo, sin camisa y concentrado en su trabajo; exhibía unos brazos
musculosos y unas manos fuertes hechas para el trajín. Sudaba y el agua le corría por la frente y el
pecho como una liviana tela, mojando todo su cuerpo. No tendría más de setenta años. En su
rígida cabeza ya mostraba las canas. Nadie vio el Caimán, que se deslizó con sigilo, perfidia y
cautela. Al instante se oyó un sonido seco y unas mandíbulas que atraparon con rapidez a la
chiquilla. El niño miró absorto y con miedo al animal que desapareció velozmente en las aguas del
sombrío río. No cabe la menor duda de que el niño intentó gritar, pedir auxilio, derrumbarse ante
tal situación. Es su hermana la que yace en el río y usted se reirá pero, nadie ha visto los Caimanes
en el río. El viejo termina de cargar su chalupa y se aleja. Los pocos comensales saborean un
delicioso pescado frito con patacón, ensalada y una limonada con hielo sin mucho dulce. El destino
de una niña les es indiferente. Ella, era impertinente, vital desconcertante y bulliciosa. La
imaginación del Caimán la transfiguró en agua. No hay flores, tortugas, cronopios. El río es un
pliegue de fosa común. Las moscas conservan su vuelo en el recinto del comedor y se posan en las
sobras de la comida. Una madre, al abrir la puerta de su casa, nota la ausencia de sus hijos, no
sabe dónde están. Grita atemorizada y desconfiada, sospecha lo peor. En las riberas del río se vive
precariamente; la población es pobre y está condenada a desaparecer. Cerca del río hay un pueblo,
celebran las fiestas del réptil. Hay mucho ruido, música y licor. La niña gime desde las insondables
aguas.
Carajo ¿Por qué no me ayudan?... Un niño en la orilla del río dibuja con una tiza sobre una tortuga
una flor roja. Es lo más parecido a su hermana muerta…
Antonio Arenas Berrío -Colombia-
Publicado en la revista Añil
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