jueves, 6 de julio de 2017

EN EL RÍO AGUA TE APEDREÉ


El Agua había crecido como cada año. Las casas de la orilla eran siempre las que se veían afectadas, pero esa mañana, el poblado, la comarca toda, sufrió la inundación.
Beto y Paula habían subido al techo para sobrevivir la crecida, llevando consigo algunas de sus
pertenencias, lo que pudieron encontrar de comida y, como todos los demás vecinos, "la roca final" que desde décadas atrás, luego de incontables inundaciones, fue adoptada por los lugareños, concientes del abandono en que las autoridades siempre los tenían.
Los días fueron pasando y el llanto de los niños de otras familias que también permanecían a
resguardo en los techos, así como los moscos, los rayos del sol, y el tufo de muchos cadáveres se hizo insoportable.
Beto y Paula siempre supieron que hacer. Embarazada le era difícil moverse con rapidez. El alimento al fin se terminó, y la ayuda no llegaba.
Cuando el llanto de los niños, y algunas voces desde otros techos, al fin se apagaron tras los golpes secos y el inmediato fragmento de algunos gritos, Paula y Beto se pusieron en pie decididos.
Se abrazaron, se dieron un largo beso y ella se acostó, extendió las manos todo lo que pudo, tensando los músculos presa de terror, para que Beto dejara caer “la roca” sobre su cráneo.
Luego Beto cogió una soga, amarró la misma piedra a sus dos piernas, sentado cerca de la orilla, se cercioró que los nudos no pudieran desatarse, tal como se los habían enseñado desde niño, y como lo habían practicado durante toda su vida. Tiró la piedra al río, y vio la soga correr aprisa hasta hundirse y él mismo se arrojó hacia la crecida lodosa del Agua.

Adán Echeverría -Baja California-
Publicado en la revista Añil 142

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