Acudir, trimestralmente, a la oficina
de los pastores ciegos; esperar, con paciencia,
a que tu nombre y apellidos aparezcan
en la pantalla; caminar hacia las mesas
y tolerar el silencio, la ignorancia, el desprecio
-escudriñan la desesperación
en tus ojos de borrego-;
pretenden guiar a este ganado que entra y sale
-no hay prestaciones, no hay ofertas de empleo, ni cursos-
y son inmunes a los dramas de los próximos turnos,
a la desilusión pintada en los rostros,
somos ovejas sumisas que se marean inútilmente
en este redil claustrofóbico
somos los que estamos condenados al hogar-matadero
-apreciar como los días desquebrajan las paredes
hasta que su peso nos aplasta-
los que no regresan con esperanzas en el bolsillo.
Ana Patricia Moya -Córdoba-
Publicado en La Náusea
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