Lo diferente era imaginar
que ella tuvo alguna vez
doce años
cinco,
veintiuno,
treinta.
Y cómo se movía, adolescente,
cómo afrontaba con entereza,
los problemas
las tensiones,
la vida.
Y que arropaba
sin una queja
a los suyos
y ella misma,
era, por todo
por todo ello,
la belleza plena
de quién
aún a veces triste y callada
era ella.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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