Mi ánima se fatigaba en constante alerta defensiva de la garra de alguien nunca visto, fenómeno pesado de plomo gris áspero y pecho de macho cabrío.
Un son de eructo espetaba el monstruo. Vaho malsano expelía en la sombra indecisa del amanecer, en tan reciente y confuso otoño, fondo abisal, pozo ciego.
Yo temblaba al tiempo marginal del día.
Impertérritos velajes indicaban que venía el día y el desabrigo de mis cobijas; el sol apenas tibiecito, y el desayuno.
El dueño ya no estaba y ella trajinaba rápido y, molesta, servía la comida de un solo tirón a las criaturas molestas.
Transcurría la estación con pachorra andante de alcohólico anciano y desganado. A nadie se le ocurría hacer algo lujurioso o no; atractivo o no; malhadado o no; algo que grabara sello de ser, de existencia, de estar ahí ahora; de sobrevivir a la ingenuidad, a la indecencia, a los sentimientos altruístas, a las inclinaciones criminales. En síntesis, todos intentaban no ser advertidos, sombras de sombras; ecos de ecos: el vacío absoluto.
La casa intentaba borrarse del paisaje cual un recuerdo pecaminoso, húmedo en su resonancia equívoca; feo y culpable de acciones que harían retroceder al decidido valentón gordo y áspero, y al hombre de piedra que mastica escombros.
¿Cómo describir tan desproporcionada acritud malévola apenas disimulada?
No podré contar sucesos así de ácidos y procaces. Los guardaré en el arcón oculto del olvido voluntario.
Vendrán, si consiguieran liberarse, catapultados a la superficie aún peor que antes de ser aprisionados en la oquedad del quicio hermético.
Aurora Venturini -Argentina-
Publicado en Fuegos del Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario