A medianoche oye sombras, tentaciones
los efluvios del deseo que, igual que una planta
carnívora, atrapa la tiniebla del dormitorio,
muerde la sangre sin remordimientos.
Maritornes, burlona
irrumpe en el lecho del Quijote,
en el canto ardiente de la carne.
Está demasiado cerca.
Aprieta los labios contra su mano
y lo besa tan furiosamente que se abren
las compuertas del cielo.
El rey de los hidalgos tembloroso,
se agazapa para el vuelo de la ternura,
mientras susurra:
-Quisiera poder pagar tamaña merced.
Agitado, oye el sonido de la caballería,
el loco aullido de perros y caballos,
los castillos goteando oscuridad.
Comprende la mentira de la conquista
y piensa en su amada Dulcinea,
en lo que estará haciendo
Y si tendrá por ventura la mente
En su cautivo caballero que tantos peligros
Por ella desafía
Infiel, persiste, atraviesa el ritual,
alaba la belleza de la hija del ventero,
y como si le diese pena el adiós,
intenta abrazarla cuando cae
entre un montón de imágenes rotas.
Esta demasiado cerca.
Con los ojos empañados
su alma escucha el quebranto
de los omóplatos,
las muecas más tristes
de su conciencia.
El resonar de las espadas
batiéndose con monstruos imaginarios.
Entonces la ve llegar
y la toma de la mano
Es Dulcinea.
Rosario Valcárcel
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