En nuestro paseo diario
bajo el sol bermejo del atardecer
nos llamó la atención descubrir
a un pobre ciego
que con un perro lazarillo con aires de callejero
caminaba descalzo y ensimismado
por la orilla solitaria de la playa
mientras las olas del mar, incansables
se obstinaban una y otra vez
en borrar sus huellas para guardarlas
en la memoria de las profundidades.
De pronto, el ciego se paró
alertado por algo extraño
y en cuclillas, comenzó a acariciar el agua
como si se tratara de la piel desnuda de una mujer.
Después, levantando con exquisito cuidado una ola de seda
introdujo amorosamente su mano bajo la espuma plateada
y palpando la arena mojada
con la mirada perdida en ninguna parte
pareció encontrarse con la ensoñación profunda
de algún pasado olvidado.
Yo comente…” el pasado del mar”
Patricia me corrigió…”no… su propio pasado”
Alberto López
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