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LA ROSA QUE TANTO AMABA MURIÓ
La rosa dorada
que tanto amaba,
murió,
algunos dicen
que la maté yo,
otros que sola
y triste de pena
se inmoló.
Jamás para ella
algo así quise yo;
no pude hasta hoy
reconocerlo,
pero parece que
el causante fui yo.
La rosa que yo
tanto amaba,
lejos de mí,
finalmente
sé que murió.
Cegado de celos
y despecho,
la frialdad
y la dureza
de mis palabras,
le asestaron
la estocada final
que la mató.
Entre matorrales
y madreselvas,
languideciente
una delicada, linda
y hermosa
rosa encontré.
Un desalmado
poeta a su suerte
la había abandonado.
Lucía desaliñada
marchita,
ida y distante.
Era la flor más linda
que ojo humano
jamás antes vio;
era la rosa dorada
de quien mi corazón
fiel se enamoró.
Sé que hay quienes
dicen que la maté yo,
y otros,
que fue de pena.
Que con sus propias
espinas se inmoló,
y a su enajenado
y confuso corazón
atravesó.
Quizá sea así,
quizás no.
Lo único que sé
es que yo
estaba ausente
cuando mi corazón
con dolor
finalmente la sepultó...
Cuando la encontré,
a la vera del camino,
casi muerta estaba ya.
Mis palabras
y mis atenciones,
le devolvieron la fe,
pero su corazón
por él no claudicó.
La dulzura de mi amor
le restauró la vida,
pero ella por él siguió
muriendo de amor.
Ella con su amor
hizo arder mi corazón,
y le devolvió su calor.
La rosa dorada
que tanto amaba
murió,
sí, realmente murió,
pero para siempre
de eterno negro luto
mi tumefacto
corazón cubrió.
Quizás éste sea
el último dolor
que tus espinas
me causan,
y estos sean
los últimos versos
que en este poema
de amor,
con sangre tinta
de mi corazón
lastimado
y moribundo
te tributo yo,
o tal vez no...
Aquí cierro el telón
de mi inspiración,
aquí plasmo
mi obituario
y mi epitafio,
con todo lo bello
que fue por ti
mi gran amor.
Con el vehemente
anhelo tan sólo,
que tal vez allende,
del incierto velo,
quizá puedas leerlo.
George Rivas Urquiza -Perú-
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