A mí me preocupaba de pequeña eso de que Dios estuviera en todas partes. No era remordimiento lo que yo sentía, ni preocupación por lo que hubiera hecHo o hubiera dejado de hacer. Yo pensaba que Dios se la pasaba mirándola a una todo el tiempo, incluso cuando es-taba haciendo alguna necesidad o estaba desnuda, y eso a mí me da-ba mucha vergüenza. La cosa llegó a tanto que yo recuerdo que una tarde en que iba para una fiesta, antes de cambiarme de ropa, agarré al Cristo que estaba en la pared, encima de mi cama, y lo volteé para que no me viera. Y, bueno, no había alcanzado ni siquiera a sacarme la blusa, cuando entró un ventarrón al cuarto y puso otra vez el Cristo al derecho. A partir de ahí y hasta que tuve como dieciséis años, la sensación de que Él me estaba viendo fue terrible.
Del libro LA COMEDIA URBANA de ARMANDO JOSÉ SEQUERA
Primer Premio Bienal Literaria “Mariano Picón Salas” Mención Narrativa “Salvador Garmendia”, Mérida, Estado Mérida 2001
Publicado en Los Libros de las Gaviotas
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