Se hunden mis pasos con
esa clase de silencios que
se acumulan en la mente.
Ayer se apagaron las estrellas.
Se ha vuelto rojo el cielo azul.
Cual moscas hambrientas de
sudor salado,
que depositan sus huevos en
la mierda, tejen telarañas mis
ideas.
Me siento bajo la sombra de ese
árbol allá en La Fuensanta.
Observo el horizonte minuciosamente.
El crepúsculo azafranado juguetea
con las joviales nubes.
El reloj de la torre tiembla a cada
colisión del badajo a su campana.
Las agujas marcan la hora en la que
hay que pasar página.
El todo y la nada firman una tregua,
deciden dejar una puerta entre abierta,
y unos zapatos viejos bajo el dintel,
que bien saben lo que llevan andado
si vuelven la vista atrás,
y que se impacientan por lo agridulce
que les queda por caminar.
Francisco Piñero
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